La madriguera, Milton Fornaro (2024)


La madriguera, Milton Fornaro (1)

El detective y el mal

No son pocas las virtudes de La madriguera, la última novela deMilton Fornaro, pero quizá valga la pena detenerse especialmente en lainteligencia de su estructura y pensarla como la principal, por encima inclusodel exhaustivo trabajo de investigación y la agilidad narrativa. No sólo por símisma, como ejercicio digamos literario, sinotambién como una notoria manera en que ciertos procedimientos consagrados oconsabidos son trascendidos.

El libro está dividido en cuatro secciones,y la primera y la última, ambientadas en Montevideo y más o menos en nuestrosdías, funcionan a primera vista a modo de marco o contexto (o justificación)para una historia que arranca, en la segunda parte, en la Danzig invadida porlos alemanes y prosigue en el campo de concentración de Stutthof, para desembocar,en la tercera, en Buenos Aires y Montevideo hacia 1960. Hay, si se quiere, unalógica hasta musical en la elaboración de esta estructura, que propone el mayorcontraste de tono y escritura entre las dos primeras partes y, a lo largo delas páginas que siguen, retoma, como en una sinfonía o sonata, una seriediscreta de motivos o temas que van siendo modulados según el contexto y lospersonajes. La sección centrada en el campo de Stutthof, naturalmente, reclamapara sí el tono más oscuro, más amargo, mientras que la historia que la enmarcapropone, especialmente en la primera parte, el momento más tenue o ligero dellibro, en el que cabe ver también algunos de sus defectos.

Esa historia-marco moviliza a un detectivedecadente llamado Arquímedes B. Carson (la B. es de “Berreta”, nos enteramos alpasar), quien, en una narrativa que parodia cariñosa, estilizada y a veces unpoco torpemente la novela negra –casi como si la figura del detective fueraempleada al modo de los Pierrot o Arlequín de la Commedia dell’arte– se pone a investigar, sin que nadie le paguepor hacerlo, la aparición de unos huesos en el sótano del montevideano PalacioDurazno.

Más allá de que por momentos lacaracterización parezca algo confusa o tenue (por usar un adjetivo propuestomás arriba) y de que los diálogos no siempre se leen fluidamente y a vecesrecuerdan a los pasajes de Rayuela enque Cortázar quiere hacerse el canchero fingiendo una suerte de jerga que se leescapa, más allá, incluso, de que la estilización evidente en un personajecuyos nombres forman ABC y se da a conocer por un nombre anglosajón y, portanto, más que plausible para la serie negra, justifique algunos de esosdefectos posibles, esa suerte de tono casi humorístico de algunos pasajes quedaresignificada una vez recorrida buenaparte de la segunda parte, como si se dijera que para equilibrar el horror delHolocausto, reportado detalladamente por Fornaro, necesitamos comenzar lanovela con una nota más alegre, una tonalidad mayor que sirva de preludio aldescenso a los tonos menores que encontraremos más adelante. Y eso es, sinduda, una decisión tomada desde la sabiduría narrativa.

De hecho, las partes uno y cuatro reunidas resistiríanser ofrecidas como una novela en sí misma, un texto cuya relación con el géneropolicial no desentonaría para nada con la tónica de la colección Cosecha Rojade Editorial Estuario, por nombrar el referente obligado de la novela negracontemporánea en nuestro país. Del mismo modo, la segunda parte y la tercerapodrían, en principio, reclamar para sí la misma independencia, y ofrecer allector la historia de Aarón Goldwicz, uno de los kapos, o prisioneros a los que las autoridades del campo confiabanel rol de policía interna, y la de Yankev, salvado cuando niño del horror deStutthof. Hablar un poco más sobre la relación entre estos personajes seríaadelantar elementos de la trama que mejor dejar al lector, por supuesto, peroes necesario señalar que en ese encuentro o reencuentro o deriva de uno de lospersonajes hacia el otro está el nudo de la novela y también la clave de sumisterio. De hecho, si se leyeran sólo los dos capítulos centrales (el tercerocomienza con los agentes del Mossad quesecuestran al criminal nazi Adolf Eichmann para someterlo a juicio enJerusalén) no habría un verdadero enigma sino apenas una narrativa linealigualmente satisfactoria; leídos en el contexto pautado por los capítulosambientados en Montevideo, sin embargo, es que aportan al lector una respuestaal enigma planteado desde las primeras páginas, y corresponde al capítulocuarto la narración de la manera en que el detective da con esa verdad que ellector ya ha comprendido. Es decir que opera una doble satisfacción narrativa:la del lector que quiere saber la respuesta al interrogante planteado por lapremisa del libro y la que se desprende de saber cómo pudo llegar el detectivea esa misma revelación. La modulación desde la novela misterio o policialclásico, entonces, es que La madriguera, enúltima instancia, nos cuenta un cómo losupo más que un quién lo hizo.

Labanalidad del mal

Más arriba se dijo que esas secciones podrían presentarse a modo de novelasseparadas, y es cierto, en tanto sin duda funcionarían en tanto narrativa; peroFornaro logra que en la articulación de ambos relatos aparezca un todo que,para decirlo con un lugar común, se vuelve mucho más que la suma de esaspartes.

Así, es interesante leer esta novela deMilton Fornaro en relación a La zona deinterés (2014 en inglés, traducida al castellano en 2015), de Martin Amis,también ambientada en un campo de concentración. Ambos libros, a su manera,giran en torno a la interrogante de cómopudo ser posible un horror semejante.En el caso de Fornaro, que narra buena parte de su libro desde la cultura y lareligión judía, la pregunta se convierte en cómopermitió Dios que pasara, es decir una variante del problema del mal, ocómo conciliar la existencia de una deidad omnipotente y benevolente con lapresencia del mal y el sufrimiento en el mundo. Las “soluciones”, por supuesto,no son escasas (algunos gnósticos, por ejemplo, creían en una deidad maligna),y salta a la vista lo difícil de pensar el problema en el marco de la fe.Fornaro, por cierto, no arriesga hipótesis específicas, pero ofrece un caso particular y complejo, que sin conformarsecon preguntar cómo permitió el dios de los judíos la masacre sistemática de supueblo nos propone además un caso específicoy más que problemático: el de aquellos judíos que colaboraron con elexterminio.

Amis plantea la pregunta meramente desde elhumanismo, aunque sea para trascenderlo o negarlo, y más que responder cómofueron posibles esos horrores señala que son precisamente esos horrores los que nos dan la imagen última de lo que queremosllamar humanidad, o, si se prefiere, que la completan. Es decir: dos interesesaparentemente diferenciados, el de Fornaro y el de Amis, parecen fusionarsepara que, como lectores, obtengamos una imagen más enfocada de ese horror y nosparemos en el lugar tan incómodo de sentir que debemos, también nosotros,formular una respuesta, o modular una nueva pregunta.

Vale la pena también detenerse en ciertosprocedimientos; así, donde Amis prefiere el humor negro y llevarnos a ese lugarterrible en que nos damos cuenta de que estamos riéndonos de algo espantoso,Fornaro opera desde la acumulación y la descripción fría y detallada de loshorrores, enciclopédica diríase (lo cual, a veces, resta algo de intensidadnarrativa), tanto de los infligidos por los victimarios desde las rutinasinhumanas de trabajo hasta la solución final, pasando por los experimentossobre sujetos humanos, como de aquellas miserias a las que fueron reducidas lasvíctimas, con sus kapos y sus comprasy ventas de harapos y mendrugos.

Vale la pena señalar, en ese sentido, quetanto a las pautas de sobrevivencia de ciertas víctimas de la maquinaria nazi(y en la novela se insiste sobre qué fue, también, de los homosexuales, losgitanos y los disidentes) como al controvertido episodio del rapto y juicio deEichmann, Fornaro ofrece a modo de clave posible o tentativa, las reflexionesde Hannah Arendt (en el libro Eichmann enJerusalén, de 1963) y la información aportada –vía el libro de Arendt– porRaul Hilberg en el seminal TheDestruction of the European Jews, de 1961. Citas extensas del libro deArendt aparecen al final de Lamadriguera, como recapitulación de buena parte de los temas propuestos a lolargo de la novela.

¿Qué puede hacer un novelista con semejantemateria narrativa, con ese horror que sigue interpelándonos? Fornaro, al menos,deja bien claro que no teme mirar el abismo y que sabe dónde buscar libros quelo asistan en una triangulación de miradas. Y que, además, es capaz de ofrecersu mirada bajo una forma literaria; así, lo que podría haber resultado en unabanalidad –es decir, una manera de presentar cierta información espantosa bajocódigos manidos que de alguna manera parecerían trivializarla– Fornaro loresuelve con estatura (y estructura): el centro de su novela, su corazón de lastinieblas, está en la narración de lo que pasó entre nazis, prisioneros y kapos en Stutthof, pero el “resto” dellibro, que podría servir apenas de vehículo para llegar a narrar el horror, másque conformarse con esa función digamos decorativa o instrumental, llega, particularmenteen las últimas páginas del libro, a apuntalar la vía hacia esas respuestas quedebemos buscar. Así, en la articulación de su detective y su kapo, Fornaro logra interpelarnos, yeso, sin duda, señala también el valor de su libro.

Publicada en La Diaria el 12 de septiembre de 2016

La madriguera, Milton Fornaro (2024)

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Author: Fredrick Kertzmann

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